Rara vez habían coincidido un momento tan excitante como el que vive el mundo del automovilismo de Resistencia y uno tan aparentemente bajo como el que rodea en la actualidad al Mundial de F1, razón por la cual hay quien se pregunta y seguramente con razón, por qué la disciplina que se autoproclama como la máxima expresión del motosport no mira detenidamente al WEC (World Endurance Championship), reflexiona profundamente y copia a la mayor brevedad posible alguna de sus respuestas, para aplicarla de inmediato en la Fórmula 1.
Lamentablemente no es tan sencillo como parece. El modelo vigente en Resistencia y el correspondiente en Fórmula 1, son radicalmente distintos aunque compartan numerosos elementos. Tanto es así que como disciplinas hermanas aunque no gemelas, el evidente parentesco no facilita el trasvase de soluciones sino que a veces, como ha sucedido con los respostajes en F1, estas han resultado inaplicables por derivar en severos problemas de seguridad. Tampoco está funcionando en Fórmula 1 el sistema de proveedor único de compuestos, por ejemplo, y las noches sobre Sakhir o Marina Bay durante los Grandes Premios de Bahrein o Singapur, no son ni por asomo parecidas a las que reinan en cada edición de las 24 Horas de Le Mans.
A tenor de lo esbozado y admitiendo que podría proseguir desgranando peculiaridades que no son trasvasables, mal que queramos estamos ante dos ámbitos del deporte del automóvil que atienden a cuestiones diametralmente opuestas: la velocidad pura por un lado y la resistencia mecánica por otro; el piloto y su máquina como estrellas del espectáculo en Fórmula 1, y el coche y el equipo que permite a este llegar a meta en Resistencia.
La reciente apararición de Fernando Alonso dando la salida a la octagesimosegunda edición de las 24 Horas de Le Mans celebrada a comienzos de este