La del Smart es la historia de una pequeña revolución en la industria del automóvil. Pero ninguna revolución llega sola, sin toda una serie de desencadenantes que la provoquen. Swatch fue líder destacado de la nueva era de la relojería suiza, que a su vez atendía a los nuevos hábitos y gustos de la denominada Generación X. Hasta finales de los años 70, un reloj suizo era poco menos que una obra de arte, una pieza única de orfebrería intemporal. Fue entonces cuando una intrépida marca se propuso reinventar el reloj suizo, plantar cara a la industria relojera nipona que había usurpado su posición con productos económicos y tecnológicos de la mano del cuarzo y los relojes digitales.
Nicolas G. Hayek, CEO y fundador de Swatch, fue poco menos que un provocador. Quiso lanzarse a esta aventura y poner a la venta productos económicos, relojes suizos con materiales tan modestos como el plástico y el caucho, colores llamativos y chillones e inspiración en la cultura popular. Su filosofía, su modelo productivo y comercial, llevaría a Hayek a pensar en la idea, no menos revolucionaria, de trasladar ese espíritu jovial, económico y práctico de sus relojes a un coche, el Swatchmobil.
Del reloj de pulsera al city-car: la filosofía Swatch
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Volkswagen desaprovechó la oportunidad de dirigir el desarrollo del smart. En su lugar, Ferdinand Piëch prefirió embarcar a Volkswagen en diferentes proyectos, como el Lupo 3L, que de una forma u otra han ido perdurando hasta la fecha.
Con esa idea en mente, Hayek pensó en la confrontación que provocaría con marcas de automóviles con solera, asentadas durante décadas en el continente europeo. Eso le llevó a buscar la colaboración, primero con Volkswagen y más tarde con Mercedes-Benz. Cerrado un acuerdo con los primeros, la llegada de Ferdinand