“Es un circuito muy técnico.” Esta es la frase que más me repitieron durante semanas antes de que yo participara por primera –y espero que no última– vez en Las 24 Horas Ford. Lo que a nadie se le ocurrió pensar que debía advertirme es que aquel bautismo se celebraría en la más dura de las 11 ediciones que lleva ya este evento solidario, y que el resultado sería una historia casi épica. De cuando épico significaba “perteneciente o relativo a la epopeya o a la poesía heroica”. ¿Valió la pena dormir apenas dos horas en casi dos días? Sin duda, sí. Pero no sólo por la carrera, sino por los ojos que nos observaban con atención: los de los responsables de la ONG que recibirían una ayuda económica cuya cuantía dependería de nuestro resultado como equipo. Y aquí está la tercera pata de esta historia: la fuerza del equipo. Un equipo que le añade mayor emoción a un relato que combina conducción en circuito, lluvia, noche, fatiga, estrategia… y problemas técnicos. Pero volvamos a aquel día en el que recibí una invitación diferente. ¿Correr en Las 24 Horas Ford?. Vaya, qué sorpresa. Pese a que no soy un tío de competición –porque ese es un mundo que o se domina o se hace el ridículo, y yo soy consciente de mis limitaciones–, la idea me atrajo enseguida. Sabía que este es uno de esos acontecimientos que se deben vivir al menos una vez en la vida, porque hasta que no lo vives no eres capaz de sentirlo en toda su profundidad. Aunque te lo cuenten. Me tocaría concatenar Las 24 Horas a la presentación del Volkswagen Polo GTI, que se celebraba en Valencia los días inmediatamente anteriores, y a saber cuándo podría redactar algo, más aún

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Únete a Naomi Ellis mientras se adentra en las vidas extraordinarias que dieron forma a la historia. Su calidez y perspicacia convierten biografías complejas en historias identificables que inspiran y educan.

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