Ayer asistimos a uno de los acontecimientos del año. Se presentó una nueva entrega de James Bond, Spectre, se presentó un nuevo coche Bond, un Aston Martin – faltaría más – creado única y exclusivamente para esta película y se presentó un plantel de actores que, por mucho renombre que tengan, seguirán siendo eclipsados por las dudas que algunos plantean sobre la idoneidad de Daniel Craig para interpretar este papel, sobre si este es demasiado bajito, demasiado afeminado o demasiado rubio para ser un auténtico James Bond. Nosotros nos haremos otra pregunta bien diferente, ¿era este Aston Martin el coche más apropiado para el nuevo Bond? ¿qué otras alternativas deberían haber valorado (o no) los productores de Spectre?
“Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros.” Esta frase podría resumir muy bien el papel protagonista de un coche en una película. Si empezamos quitándole su Aston Martin, ¿qué será lo siguiente? ¿vestiremos a James Bond de chandal y con zapatillas deportivas? ¿sustituiremos su Martini por un gin-tonic – mezclado, no agitado – con sus hierbecicas, sus botánicos y su tónica premium?
Te guste o no, el product placement en la gran pantalla se rige por la inversión del mejor postor. El poder de convocatoria de esa gran máquina de generar dinero que sigue siendo, aunque nos digan lo contrario, el cine, lleva vendiendo coches desde hace décadas, desde tiempos inmemoriales en los que muchos no habíamos nacido, desde que un imberbe Dustin Hoffman se pasease con un Alfa Spider 1600 Duetto por las carreteras de Santa Bárbara en la película El Graduado (1967) (no veas el vídeo si no quieres empezar a hacer cuentas, a pensar en lo que te costaría hacerte con uno de segunda mano).
Pero Aston Martin no ha querido quedarse fuera de juego y ha abogado por