— Mama, ¿tú sabes dónde anda el Escalestri? — Ay, pues… no sé, como no esté en el altillo de la habitación del medio… — Voy a mirar un momentico, a ver. En mi casa éramos así. Teníamos la “habitación del medio”, el armario de “la puerta que se baja”, y el “Escalestri”. Éramos un poco arapahoes hablando, sí, pero nos lo pasábamos bien. Sobre todo cuando montábamos en el comedor aquel circuito Scalextric GT 23 que año tras año sería tuneado por mis pad…, perdón, por los Reyes Magos, con pistas y más pistas, con peraltes, barreras, puentes improvisados con cajas de cartón y, cómo no, con varios coches que se comportaban de un modo genial para la mente de un niño de entre 6 y 10 años. Venían con aquel circuito dos Ford GT, pero ninguno de ellos forma parte de mi selección; enseguida os cuento por qué. Pero primero lo primero. Así como los recuerdos de Héctor con el Scalextric tienen que ver con las competiciones de slot, en mi caso el Scalextric nunca salió de casa. Mis primeros recuerdos tienen que ver con coches desmontados sobre la mesa del comedor, neumáticos sueltos, bobinas sueltas, aceite de máquina de coser, cables… todo hecho un caos del que eran máximos responsables mis hermanos mayores y al que yo llegaba siempre con las ansias de jugar sin mucha más preocupación. Pronto aprendí a montar y desmontar aquellos motorcillos, a limpiar las escobillas, a cambiar todas las piezas… porque aquella era la única manera de hacerse un hueco para pelear por uno de los dos coches que correrían. El transformador TR 1 no daba para más. Y los vetustos mandos A-215 de puño, tampoco. Aquí podemos ver estos elementos que a algunos os sonarán a marciano, pero
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Únete a Naomi Ellis mientras se adentra en las vidas extraordinarias que dieron forma a la historia. Su calidez y perspicacia convierten biografías complejas en historias identificables que inspiran y educan.
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