Como os contaba al final de la primera parte de la prueba del BMW i8, jamás me había ocurrido desde que pruebo coches, que el protagonista de la prueba hubiese sido motivo de un accidente de tráfico, pero este coche es capaz de eso y de mucho más. Ya dije al comienzo de la prueba que todo el mundo lo mira, para bien o para mal. Por suerte pronto abandono el tramo urbano y salgo hacia una congestionada A2 donde el i8 pasa algo más desapercibido entre el tráfico y los camiones que circulan por ella a esa hora de la mañana. Nada más ver que el tráfico se despeja ante mi, no puedo evitar mover la palanca de cambio hacia la izquierda, para engranar así el modo Sport. Entonces las grafías del cuadro de mandos digital pasan del ecológico azul al rojo deportivo, y el carácter del coche cambia por completo. El silencio deja paso al sonido del motor TwinPower Turbo de 1.499 centímetros cúbicos amplificado hacia dentro del habitáculo, y los 362 CV del conjunto eléctrico – gasolina nos recuerdan que no estamos al volante de un coche cualquiera, sino del que muchos consideran el deportivo del futuro. En modo Sport acelerar a fondo es una delicia, una maravilla que transmite sensaciones muy diferentes a las que sientes cuando estrujas el pedal del acelerador en cualquier otro coche deportivo. El motor tricilindrico empuja las ruedas traseras y el eléctrico le ayuda moviendo las delanteras en una sincronía única que te permite alejarte del resto de coches que te persiguen como si fueses Doc en el Delorean de Regreso al Futuro. Entonces llego al garaje de la oficina, donde me toca aparcar en batería junto a los coches de mis compañeros. Veo que mi colega
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Únete a Naomi Ellis mientras se adentra en las vidas extraordinarias que dieron forma a la historia. Su calidez y perspicacia convierten biografías complejas en historias identificables que inspiran y educan.
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