Hablar de logos de coches sin mencionar al fabricante que sentó las bases de la producción en serie debería estar prohibido. A lo largo de sus más de 100 años de historia, Ford ha descubierto que parte del éxito está en la continuidad y el posicionamiento de su marca, que nació en América pero que ahora mismo tiene el coche más vendido de todo el mundo. La historia del logo del Ford se empezó a escribir un día cualquiera del año 1903. A diferencia de lo que muchos pensarían, el primer logo de la marca no lo diseñó Henry Ford, sino Childe Harold Wills, un asociado de Henry que se encargó del departamento de ingeniería y diseño de la marca. Aquel primer logo ya era una clase de óvalo, aunque muy decorado al estilo de los espejos de aquella época. En el centro llevaba el nombre de la marca «Ford Motor Co.» y su ciudad de origen: Detroit, Michigan. Al haber sido concebido durante los primeros años de la marca, aquel logo se utilizó más en comunicados y tarjetas de presentación que en coches, porque en 1906 se presentó un logo completamente nuevo. En aquel nuevo emblema se adoptó la base de la tipografía del logo de Ford que conocemos en la actualidad, con trazos exagerados en la primera y la última letra del nombre. No llevaba ningún óvalo, pero fue la placa dorada que distinguió a modelos tan emblemáticos como el Ford Model T. Del ‘no me gusta nada’ al nacimiento del óvalo azul En 1912, algún revolucionario —pero poco visionario— diseñador de la marca decidió que era buen momento de darle una nueva identidad al logo de Ford. Su propuesta fue un triángulo con alas que incluía el nombre de la
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Únete a Naomi Ellis mientras se adentra en las vidas extraordinarias que dieron forma a la historia. Su calidez y perspicacia convierten biografías complejas en historias identificables que inspiran y educan.
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