La mañana es fría pero muy soleada. Un día perfecto para rodar en un circuito o para darle vueltas, y no sólo en el sentido metafórico, a uno de los temas más interesantes de los últimos años en el mundo de la automoción: el coche autónomo. Algo de lo que ya hemos hablado en otras ocasiones, que genera una gran controversia, con dos bandos muy diferenciados. Unos, muy a favor de una mayor autonomía en la conducción. Los otros, por el contrario, muy reacios a que sea el coche el que determine las órdenes en marcha. La guerra está servida pero, a buen seguro, a medida que pase el tiempo habrá cambio de posiciones.
Sin manos: ¿es ese el futuro de la conducción?
Aunque va “disfrazado”, el coche que me lleva a todo trapo por Ascari es un Audi RS7 convencional, con muchos sensores, eso sí.
Para analizar el futuro en la conducción tenemos que partir del presente e, incluso, viajar hacia el pasado. Un coche autónomo no es una especie de nave espacial con ruedas que parte de cero. La unión de varios sistemas de automatización es la que hace que el coche sea autónomo. Es decir, muchos de los sistemas que hoy en día podemos encontrar casi en cualquier automóvil, actuando en conjunto y con alguna adaptación, son los que responden a la idea que tenemos de coche autónomo.
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Por ejemplo, el “cruise control” (control de velocidad de crucero) junto a un radar de distancia y un sistema de alerta de carril involuntario que sea capaz de mover la dirección ya es un coche semiautónomo. Basta con que nos coloquemos detrás de un coche en la autopista, activemos la velocidad de crucero y, simplemente, dejemos que nos lleve. El radar determinará si tiene que reducir la velocidad