Antes de empezar con la prueba del Mazda MX-5 2015 (ND), ahí va una confesión: es la primera vez que termina una presentación de un modelo que me causa una buena impresión, dejo pasar los días para enfriar las ideas antes de lanzarme al teclado… y soy incapaz de borrarme la sonrisa de la cara. ¿Puede un tipo como yo enamorarse de un coche como el MX-5? Parece ser que sí. Han sido ya 947.999 personas las que han tenido un crush por el Miata como el que tengo yo ahora. Un tercio de ellas las encontramos en Europa. Desde 1989, el Mazda MX-5 es una máquina de hacer sonrisas. No lo conciben de otra manera en Hiroshima, y el creador del modelo, Nobuhiro Yamamoto, es muy consciente del efecto que su retoño causa en los demás. Las claves, ya lo sabemos, no están en los grandes artificios sino en irse a la esencia de todo: Jinba Ittai: el jinete y su montura, unidos. Si cuando diseñamos un coche partimos de una posición de conducción realmente cercana al chasis, y luego construimos lo demás alrededor del conductor, estaremos sentando una buena base para que el resultado final sea ágil y divertido de conducir. Puro Jinba Ittai. Palabra de Mazda. Si además tenemos una carrocería de 1.090 kg y un motor que como poco entrega 131 CV —y ya no hablemos de la versión mayor, con 160 CV—, el resultado es exactamente ese que podemos estar pensando todos. Una relación potencia / masa delirante, e inercias… las justas. Nada más que declarar. ¿Se entiende mejor ahora esa sonrisa que no se me quita de la cara? Pero no todo está en darle caballos al Miata. También los trabajos realizados en el chasis y en

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Únete a Naomi Ellis mientras se adentra en las vidas extraordinarias que dieron forma a la historia. Su calidez y perspicacia convierten biografías complejas en historias identificables que inspiran y educan.

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