La retención es larga, pero por fin llegamos a la rotonda y a partir de ahí el tráfico será más fluido en nuestro recorrido a casa. Es lo malo de la hora punta. Nos acercamos a la incorporación y toca esperar: los coches circulan a gran velocidad y muchos de ellos invaden los tres carriles de la rotonda en un intento por salir cuanto antes de la misma. Llegan como misiles y uno aguanta pacientemente su oportunidad de salir, acelerando con frecuencia y en plan pole-position. Pero no hay manera. Cuando se está a punto de salir llega otro coche a gran velocidad que además nos cierra las opciones con un hábito cada vez más extendido y con consecuencias devastadoras para el tráfico: no señalar la salida de la rotonda. Pasan dos, tres y hasta cuatro coches sin indicar la salida y nos lamentamos con el hecho de haber podido incorporarse antes del primero si éste hubiera indicado su maniobra. La cola detrás de nosotros es cada vez mayor y la paciencia del conductor de detrás se agota y empieza el “acoso”. El resto de la historia lo puede terminar cada uno con su experiencia diaria.
Este mal uso de las rotondas se está extendiendo para nuestra desgracia, y lo peor es que está invalidando la eficacia del mejor método de gestión del tráfico en las intersecciones. Las rotondas aportan todo ventajas, sobre el papel:
Registran una siniestralidad notablemente inferior a la de los cruces, incluso a los regulados por semáforos. Para hacernos una idea de la magnitud de los accidentes producidos en las intersecciones, sólo en Estados Unidos mueren una media de veinte personas al día en las colisiones que se producen en los cruces, con independencia de que estén regulados semafóricamente o no.
Gestionan de una manera mucho más eficiente el