Hoy en día todos asumimos que un Volkswagen Golf es un compacto de tracción delantera – salvo excepciones – y motor delantero. En pleno siglo XXI nadie imagina un mundo en el que el compacto más popular de Europa lleve el motor por detrás de sus pasajeros. Pero si nos trasladamos a finales de los años sesenta, nos encontramos con un flamante Volkswagen Beetle, el coche del pueblo alemán, en la cúspide de su producción. Nos encontramos con toda una serie de decisiones terribles (que a la postre desembocarían en grandes éxitos) de Kurt Lotz, el sustituto del gran Heinrich Nordhoff, el único director que había comandado a Volkswagen tras la Segunda Guerra Mundial. Y nos encontramos ante un panorama de incertidumbre, el de una industria del automóvil que mira al futuro mientras las primeras grandes crisis del petróleo asolan la economía mundial.
Una serie de catastróficas desdichas llevarían a Volkswagen a comprender que el futuro pasaba por apostar por un trío de turismos de tracción delantera, y motor delantero de refrigeración líquida. Productos que aún conservan su nombre: Polo, Golf y Passat.
Por aquel entonces hubiera sido difícil imaginar que el futuro de Volkswagen pasase por transformar a un Beetle con motor trasero, y amplios voladizos, en una caja de zapatos con motor delantero y tracción delantera. Pero así fue. Fueron los años del nacimiento de Audi, más o menos como lo conocemos ahora, de la fusión entre Auto Union y NSU, de la adquisición de la plataforma del NSU K70 (que se comercializaría como Volkswagen). El K70 había llegado a Volkswagen de manera precipitada, con una red comercial y de talleres instruida en motores refrigerados por aire, y en concepciones del automóvil muy diferentes. Aquel K70 no tenía buena fama, especialmente en lo que respecta a su fiabilidad, y