Si tuviera que definirme de alguna forma, tened muy claro que no lo haría como un purista del automóvil de toda la vida, un escéptico que mire con reticencias a las tecnologías modernas. Es más, generalmente observo con mucha atención, pero también el escepticismo que me exige esta profesión, cualquier tecnología que me toca probar, incluso con la ilusión de creer que de verdad esas tecnologías pueden suponer todo un progreso para la movilidad. Jamás me veréis criticar al coche autónomo por poner en peligro a la conducción, aunque verdaderamente crea que ese peligro existe. Pero he de deciros que aquellos tiempos en los que el automóvil era el bien más preciado de cualquier persona han terminado. Y que los únicos culpables de que eso suceda somos nosotros, los clientes.
Me preocupa una industria de clones, de coches cortados bajo el mismo patrón, plataformas compartidas, que a priori deberían suponer ahorro. La realidad ya la conoces, el ahorro redundará única y exclusivamente en los márgenes de beneficio de las marcas. Resulta ingenuo pensar que el precio de un automóvil lo define el verdadero coste de su producción, aunque obviamente influya. Al final todo se basa en una serie de ecuaciones aritméticas, y en posicionar tu vehículo en cifras comparables a las de tus rivales.
Me preocupa que llegue un día en que los coches sean tan eficaces “conduciendo”, sin conductor, que no nos podamos permitir el lujo de dejar a un humano conducir. Por suerte, o por desgracia, para llegar a ese punto aún queda mucho. Me preocupa que nos subamos a un deportivo de pura cepa y tratemos de aprovechar cada minuto como si fuera el último, porque esa filosofía de automóvil, tal y como está planteada ahora mismo, tenga los días contados.
Tengo la enorme suerte de poder dedicarme a