Es irresistible. Nos encantan las fábricas de coches pequeñas, de muy corta tirada pero que son capaces de conseguir grandes gestas y fabricar deportivos fascinantes. Por lo tanto, nos encanta una historia que alcanza hasta nuestros días gracias a la pasión de Tony Gillet, piloto y constructor belga, fundador de Gillet y fabricante de los exclusivos Vertigo.
El caso de Gillet quizá no esté aún en el Olimpo de los dioses del motor como los De Tomaso, los rarísimos Cheetah (el anti-Corvette de Chevrolet), el Isdera Imperator con la estrella de Mercedes-Benz o los británicos de TVR, pero quizá sólo sea una cuestión de tiempo y acabemos mirando dentro de unas décadas a los deportivos belgas con la misma devoción que a otros tantos coches casi únicos.
Tony Gillet, de piloto a fabricante
Tony Gillet nació el 4 de septiembre de 1945 y comenzó a pilotar coches de manera oficial en rallies de provincia en 1968 subido en un Renault 4. Su trayectoria como piloto llegó a su punto álgido en 1979 cuando ganó el Campeonato Belga de Montaña montado en un Renault Fórmula 2. Al año siguiente revalidaría el título y posteriormente, a lo largo de la década de los ’80, comenzó a construir prototipos de carreras, llegando a meter sus coches en el Paris-Dakar.
A medida que Tony fue adquiriendo experiencia en competición un idea le rondaba la cabeza: ¿por qué no hacer un auténtico deportivo de calle? Italia, Alemania, Francia, Estados Unidos, España… Muchos países habían tenido o tenían un coche de altas prestaciones, pero Bélgica no. Poco a poco aquella idea le fue envenenando la mente hasta que al final en 1992 creó una marca con su propio apellido: Gillet.
El primero de los Gillet Vertigo llegó en el año 1994 con una clara inspiración en los coches de carreras en