De entre las múltiples pruebas a las que se somete a los vehículos antes de su comercialización (a veces incluso parece que son pocas) las de corrosión y envejecimiento son quizá las que en principio pasen más desapercibidas, pero no por ello hay que restarles importancia.
No hay más que echar un vistazo a coches de hace treinta años para ver que, en la mayoría de los casos, hay puntos de corrosión que, en ocasiones, pueden ser tan grandes que acaban con partes completas del vehículo. Los procesos y materiales han mejorado, Audi en concreto es capaz de reproducir 12 años de dura vida en sólo 19 semanas de intensas pruebas.
La marca de los cuatro aros ya ha realizado en Ingolstadt cien test de este tipo denominado INKA, lo que significa un total de 322.500 horas de pruebas, más de un millón de kilómetros recorridos, 2.800 ensayos en barro y 1.900 en medio salino.
Cinco exigentes pruebas
El test INKA está compuesto de cinco pruebas que no sólo evalúan el exterior del vehículo, también el interior. La primera prueba es una niebla de agua salina en una cámara climática a 35 grados centígrados de temperatura. De ahí se pasa a la segunda, donde el coche es expuesto a un clima tropical de hasta 50 grados centígrados con una humedad máxima del aire del cien por cien.
Sigue el calor en la tercera parte, donde 80 lámparas de 1.200 vatios calientan la carrocería hasta los 90 grados centígrados, para luego pasar a la siguiente prueba, donde la temperatura baja hasta los 35 grados bajo cero y una máquina con cuatro postes hidráulicos mueve el coche para simular la torsión y tensión de la carrocería y los apoyos del motor para simular la circulación por una carretera bacheada.
Por último una serie de probadores