A comienzos de este año mi hermano me preguntó cuál era el coche que más ganas tenía de probar de todos los que se iban a lanzar en 2016. “El BMW M2” le contesté sin titubear ni un segundo y sin dejar que mi mente viajase al exclusivo segmento de los Porsche 911, Audi R8 o Honda NSX, los superdeportivos que tantas portadas de revistas de coches ocuparían este año.
El pequeño BMW M2 me había enamorado a primera vista en fotos desde que se mostró por primera vez en octubre del año pasado y el flechazo fue inmediato cuando lo vi en persona en el Salón de Ginebra. Cierto es que se trata del BMW M menos potente y más asequible hoy en día, pero tal vez por eso y porque todo lo que había leído sobre él eran alabanzas, me mordía las uñas por compartir unas horas con él. Finalmente no han sido unas horas, sino una semana lo que hemos pasado juntos este pasado verano. ¿Habrá acabado en matrimonio este idilio o se habrá quedado en un efímero amor de verano?
Llegué un viernes a mediodía a recoger el BMW M2 a la sede de BMW Ibérica. El calor del mes de agosto en la capital golpeaba sin compasión las cristaleras mientras esperaba a que sacasen el coche del garaje. De pronto vi pasar a través de aquellos vidrios la estilizada silueta blanca del M2 con sus preciosas llantas de 19 pulgadas en color plata y negro y no pude evitar esbozar una sonrisa. Ya es mío y voy a exprimirlo todo lo que pueda (en el buen sentido, claro).
Firmo la autorización que me hace responsable de este juguete durante una semana, salgo al sol y me quedo un buen rato babeando, literalmente, con la