A veces me repito más que el ajo, pero la verdad es que me pongo a reflexionar sobre el futuro del automóvil, y lo que veo no me gusta. Me guste o no, el futuro de los coches es autónomo, y los fabricantes de automóviles se convertirán en simples proveedores de movilidad. El día en que paguemos una cuota mensual por un servicio de movilidad llegará, y lo hará antes de lo que creéis. Los coches tal y como los conocemos hoy en día desaparecerán, y con ellos esa fantástica sinfonía mecánica, esa comunión con el metal y el asfalto, esa pureza de sensaciones.
Hemos enterrado la diversión al volante
Llamadme carca, no os lo reprocharé. Ya desde hace unos años la electrónica ha invadido el mundo del coche, e incluso está haciendo lo propio con las motos mientras escribo estas líneas. Los compactos deportivos ya pasan de los 350 CV sin inmutarse, y cualquier coche tiene más potencia computacional que el ordenador de la NASA que llevaba a los astronautas a la luna. Por el camino, la diversión al volante se ha ido diluyendo en cada coche de nueva generación, en cada adelanto tecnológico, en cada sistema de seguridad activa.
¿Por qué los clásicos están sufriendo esta enorme burbuja de precios? ¿Por qué incluso afecta a algunos coches construidos hace apenas 10 o 15 años? Pienso que además de las leyes de oferta a demanda, refugios de valor, y otras consideraciones económicas, es porque los coches actuales no ofrecen ni de lejos su nivel de sensaciones. Pienso en el torrente de sensaciones de un simple Opel Kadett GSi de los años 80, y por mucho más efectivo y rápido que sea su equivalente actual, no llega a su nivel de implicación en la conducción.
Quítame un kilo, no me des un