Dudo mucho que seas capaz de contemplar la vista frontal de un Ferrari Testarossa sin percatarte de ese inmenso retrovisor que sobresale a la derecha y en una posición a todas luces inusual, casi a la altura del techo. Es probable que aún te sorprenda más otra herejía, el hecho de que solo exista un retrovisor, que hace que el Ferrari Testarossa rompa con todos los cánones estéticos conocidos y sea un coche asimétrico. Incluso Ferrari reconoce que esta solución, la del retrovisor volador, fue tan polémica que muchos clientes pidieron explicaciones acerca de cómo podía influir a la aerodinámica, otros optaron incluso por corregirlo instalándolo en una posición más baja junto a un segundo retrovisor exterior, y hasta Ferrari decidió corregirlo años más tarde. Lo curioso es que los Ferrari Testarossa que conservan esta solución, lo que los anglosajones denominan como flying mirror, son los más cotizados y deseados por los coleccionistas.
Vídeo: Un Ferrari Testarossa para cruzar el Sahara. ¿Buena elección?
El gran problema de un superdeportivo era y sigue siendo la visibilidad del conductor. Conseguir que un superdeportivo permita contemplar adecuadamente la carretera y, sobre todo, maniobrar, es complicado. Con el Testarossa, Ferrari tenía que conseguir dos objetivos, el de facilitar la visión del conductor hacia atrás y el de cumplir con la correspondiente homologación con un retrovisor que facilitara esa visibilidad sin que ningún elemento de la carrocería la entorpeciera.
Y si prestamos atención a la línea lateral de un Ferrari Testarossa, y a esa enorme repisa que crece desde las aletas delanteras hasta la zaga, por encima de sus famosas branquias, nos percataremos de que la opción de integrar el retrovisor en una posición tan elevada era la más socorrida para ofrecer la mejor visibilidad posible al conductor.
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