Nuestras ciudades están sembradas de ellos y cada vez que pasamos por uno nos acordamos de la pobre de la madre del que los inventó. Cierto es que la señora no tiene la culpa de que los “guardias acostados” (o tumbados es cuestión de gustos) nos hagan la puñeta cuando circulamos con nuestros coches por ciertas zonas de la ciudad. Estas bandas reductoras de velocidad son molestas por los ruidos que provocan y a la misma vez hacen que ciertos órganos mecánicos de importancia del coche, como dirección y suspensión sufran más de la cuenta.
Con ellas las autoridades municipales quieren que la velocidad de ciertas calles se reduzca de forma sensible, sin embargo según un estudio elaborado por la National Institute for Health and Care Excellence (NICE) podrían estar detrás de parte de la contaminación de nuestras ciudades. Según este organismo la polución de las ciudades se incrementa por el uso de estos elementos.
La razón que da este organismo es que las bandas reductoras obligan a los conductores a reducir la velocidad de forma sensible y con ello el consumo de los motores varía quemando más o menos cantidad de combustible. Además, otros elementos como los frenos también despiden partículas de metales pesados que llegan al aire y finalmente son inhalados por los peatones.
La solución que proponen para regular el tráfico de forma eficaz es la introducción de límites de velocidad variables por señales luminosas a la vez que eliminar de nuestras calles estas bandas reductoras. Según expertos en salud las aceleraciones y deceleraciones de los coches provocan más del 64 por ciento de la contaminación atmosférica y si se aplican las soluciones que ellos proponen podrían verse reducidas de forma sustancial.
Sea como fuere los guardias acostados nunca han sido del agrado de nadie, pero con este informe podríamos estar a punto de