En pleno siglo XXI mucha gente piensa que ya no se hacen coches “como los de antes”. Y puede que sea cierto, ya que con el avance de la tecnología nos encontramos vehículos demasiado asistidos y refinados. Direcciones que podemos mover con un dedo, suspensiones que hacen que ni notemos los baches o habitáculos a los que no llega ni un ruido; son la tónica que buscan muchas marcas. Aunque para los más puristas siempre quedarán excepciones como el Mazda MX-5 1.5 Skyactiv-G 131 CV.
El modelo que probamos esta semana se trata sin duda de uno de los roadster más exitosos de la historia, por no decir el que más. El mítico Miata va ya por su cuarta generación (ND) y puede estar orgulloso de haber vendido más de un millón de unidades. Si queremos remontarnos a sus orígenes tenemos que viajar hasta 1989, cuando llegaba al mercado la primera generación (NA). Se trataba de un vehículo que trataba de seguir la filosofía de los deportivos británicos de los 60, en especial del Lotus Elan.
La fórmula estaba clara: querían un deportivo con un peso muy reducido, un motor pequeño y tracción trasera. Las sensaciones al volante primarían sobre otros aspectos y por ello debería tener un centro de gravedad bajo, una dirección que transmitiese y una suspensión con un tarado deportivo. En Mazda utilizan la expresión japonesa ‘Jinba Ittai’, para esta conexión entre el conductor y el coche. Su significado original hace referencia a la unión entre caballo y jinete que tenían los ‘Yabusame’ (arqueros a caballo tradicionales).
Dinamismo puro
El diseño ha sido uno de los puntos que más ha evolucionado en el Mazda MX-5. La actual generación poco tiene que ver con la anterior (NC) si hablamos de su estética exterior. El lenguaje de diseño KODO lo inunda todo y le dota de