Hoy por hoy, damos por sentado – al menos si tenemos un par de dedos de frente – que mezclar alcohol y conducción no es una buena idea. Es ilegal, y sobretodo, es muy peligroso, tanto para ti como para los demás. En los albores del automóvil ya se sospechaba que mezclar conducción y bebidas espirituosas no era una buena idea. De hecho, en el lejano año 1897 – hace la friolera de 120 años – se produjo el primer arresto de la historia por conducir un coche bajo los claros efectos del alcohol.
El conductor del taxi eléctrico, de 25 años, admitió haber bebido dos o tres pintas de cerveza.
Sucedió en Londres, donde apenas habría unos cientos de coches matriculados. El 10 de septiembre de 1897, un tal George Smith impactaba con su taxi – dicho sea de paso, un coche eléctrico para el que tenía la licencia adecuada – contra la fachada de un edificio en New Bond St., rompiendo una tubería y el marco de una de las ventanas. Visiblemente intoxicado por el alcohol, es arrestado por una patrulla de policías, y trasladado a comisaría.
El conductor terminó por su culpabilidad. “Tomé dos o tres cervezas antes de conducir”, admitió George Smith ante la policía. Sentando todo un precedente histórico, fue multado con 20 chelines – entonces una cantidad de dinero más que respetable. El artículo de la época es cuando menos curioso de leer. Lo curioso realmente es que hasta décadas después, no hubo manera de establecer un buen método para comprobar de forma objetiva si una persona había bebido alcohol antes de ponerse al volante.
No sería hasta los años 50 cuando se inventaría el medidor de alcohol en el aire espirado, un invento del capitán de policía estadounidense y profesor universitario Robert Borkenstein. Es