Ponemos a prueba al Ford S-MAX Vignale, uno de los monovolúmenes grandes de la marca del óvalo. Este modelo nacía en 2006 como una opción diferente a su hermano el Ford Galaxy. Las premisas para el S-MAX es que mantuviera las siete plazas pero también que fuera algo más dinámico y pequeño en dimensiones que el Galaxy. La primera generación tuvo buena acogida y la segunda, que hoy probamos, llegó en 2015 con bastantes cambios significativos.
Además si hablamos de Vignale en Ford es sinónimo de hablar de estilo, lujo y calidad. El primer modelo en recibir este apellido fue el Ford Mondeo, aunque en el pasado Salón de Ginebra se sumaron a la lista los Ford Edge, Mondeo cinco puertas, este S-MAX y el Kuga en forma de concept. En todos los modelos se trata del acabado superior de la gama, con un completo equipamiento y detalles distintivos.
La tendencia actual ha dejado al segmento de los monovolúmenes en una posición algo relegada. Los SUV siguen creciendo en ventas y se postulan como la opción favorita de aquellos que buscan espacio y rendimiento a partes iguales. Sin embargo, tras haber compartido una semana con el S-MAX, nos atrevemos a decir que no tienen nada que hacer en términos de versatilidad. Y aunque de la impresión de vehículo poco ágil o dinámico, puede que nos llevemos alguna sorpresa.
Estética deportiva
Lo primero que nos llamará la atención al mirar al Ford S-MAX será su estética, más deportiva que en otros monovolúmenes. Ha tomado algunas formas características del resto de la gama de Ford y por lo tanto es posible que nos recuerde al Mondeo, al Focus o incluso al Fiesta; dependiendo del ángulo desde el que lo miremos. El frontal inspira dinamismo gracias a sus líneas afiladas. Destacará la parrilla hexagonal con acabado en negro