En los últimos 10 años la industria del automóvil ha girado en torno a dos tecnologías centrales que prometen ser la base para la movilidad sostenible del futuro próximo, el coche eléctrico y la conducción autónoma. En ese tiempo la mortal contaminación del aire ha hecho que las ciudades pongan los ojos en estas tecnologías como gran esperanza para la salud y bienestar de sus habitantes. Esta confluencia de intereses hará que en las próximas décadas las urbes y la forma en que nos movemos por ellas vaya a cambiar profundamente. Pero quizá no lo haga del modo que esperamos. La relación entre ciudades, coches autónomos y centros comerciales nos da pistas sobre los conflictos en el uso del espacio público que traerá la movilidad sostenible.
Durante más de 100 años nuestras ciudades se han construído en torno al automóvil y quizá su mejor aliado ha sido el “centro comercial”. Estos espacios aparecieron en los años 50 en los extrarradios de las ciudades de Estados Unidos como una forma de concentrar el ocio y el comercio imitando a los densos cascos urbanos de Europa.
El bucle entre centros comerciales, coches, atascos y nuevas infraestructuras definió parte de la trama urbana de las ciudades en el siglo XX
En pocas décadas aquellas densas ciudades europeas comenzaron a llenar su extrarradio con estos centros comerciales mientras sus cascos viejos se vaciaban. La población, la necesidad de vivienda y la estrategia económica hicieron las ciudades cada vez más extensas y dependientes del automóvil, un escenario en el que los centros comerciales, además de ocio y comercio, tenían algo que todo el mundo deseaba: el aparcamiento gratuito. El bucle sin fin entre centros comerciales, coches, atascos y nuevas infraestructuras terminó por definir parte de la trama urbana en muchas de nuestras ciudades.
El fin de los sábados por