Normalmente usamos las carreteras bien para desplazarnos por estricta necesidad, bien para disfrutar conduciendo tomando curvas a diestra y a siniestra. Hasta ahí nada nuevo. Pocos serán los que disfruten yéndose a circular por un camino escarpado lleno de obstáculos, piedras enormes, donde no caben dos vehículos en paralelo, el arcén brille por su ausencia y, importante en caso de emergencia, esté remotamente alejado de cualquier atisbo de civilización. Menos aún serán los que, además, busquen una carretera que en vez de arcenes tenga en su lugar una ventana al abismo en forma de precipicios y barrancos por los que si caes probablemente no vuelvas a conducir nunca más.
El mundo al revés: así llegaban los coches a Nepal cuando no había carreteras
En una orografía que tiene grandes llanuras y muchas zonas montañosas, nuestro país está lleno de carreteras de todo tipo que, aunque aún tienen muchísimo margen de mejora, gozan en general de una calidad decente. De hecho, y a pesar del deterioro y la falta de inversión para la mejora de la misma, la red de carreteras española está entre las diez más seguras del mundo según la Organización Mundial de la Salud, con un ratio de 3,7 muertes por cada 100.000 habitantes. Tenemos incluso algunas de las mejores del mundo para disfrutar conduciendo, lo que nos deja en un lugar ciertamente privilegiado respecto a muchos otros países.
Aunque no hay que dejar de luchar para tener las mejores carreteras posibles en nuestro país, al ponernos en perspectiva con otros lugares del mundo no podemos dejar de valorar lo que tenemos. Un ejemplo es la India, y más concretamente las carreteras que recorren la impresionante cordillera del Himalaya. A las vías que hay en esa zona quizá les quede grande la denominación de ‘carreteras’ en todo su significado, y si no estáis de acuerdo conmigo,