Los coches actuales están mucho más cargados de sensores y automatismos que un coche de los años 90. Al lado de un utilitario moderno como el nuevo SEAT Ibiza, un deportivo de pura raza como el BMW M3 E36 es una máquina arcaica, analógica y de tecnología primitiva. En su momento, era un coche puntero, y hoy en día lo consideramos anacrónico. Y no me refiero a su rendimiento o sensaciones al volante. Me refiero a su carencia de elementos como ESP, sensores de luz y lluvia o monitorización de la presión de los neumáticos, que hoy en día damos por hechos en cualquier coche moderno. Aunque estas tecnologías son de gran ayuda y han mejorado enormemente la seguridad a bordo, nos aíslan de nuestro coche, convirtiéndonos en pasajeros, más que conductores.
¿Es bueno ceder todo el control a la tecnología de nuestro coche? No es infalible, y debemos saber cómo actuar en su ausencia.
En nuestro trabajo probamos multitud de coches, en muchos casos recién lanzados al mercado y repletos de nuevas tecnologías. Los nuevos Mercedes Clase E son capaces de conducir por sí mismos, ajustar la velocidad de su control de crucero adaptativo en función de las señales de tráfico – si está equipado con el sistema Distronic Plus – o frenar por completo ante un peatón, evitando su atropello. Al igual que otros coches, nos avisará si encuentra un vehículo en nuestro punto muerto, o si por un casual nos acercamos demasiado al límite de la calzada. Por supuesto, olvídate de encargar una unidad con cambio manual, no existe dicha opción.
Si bien estas tecnologías suponen enormes avances hacia la conducción autónoma y reducen en gran parte nuestras posibilidades de sufrir un accidente – y esto lo ponemos de relieve en nuestras pruebas – en esta ocasión, me