Habitualmente la competición sirve a los fabricantes de automóviles como campo de pruebas para la investigación y el desarrollo de tecnologías susceptibles de ser utilizadas en sus vehículos de calle, pero no siempre es así. Toyota, por ejemplo, ideó primero la tecnología híbrida para sus coches de producción y llevo después estos sistemas al Campeonato del Mundo de Resistencia.
El Toyota Prius de 1997 fue el primero en estrenar un sistema de propulsión que combinaba un motor de gasolina convencional y un propulsor eléctrico, aunque por entonces no se utilizaban este tipo de coches en las carreras. Pasaron muchos años hasta que, en 2012, la normativa de la categoría LMP1 del WEC abrió la puerta a los híbridos y Toyota vio claro el momento de volver.
Y es que la marca nipona ya había competido en el Campeonato Mundial de Resistencia en los ochenta y noventa. Su debut oficial fue precisamente en 1983, consiguiendo un segundo puesto en las 24 Horas de Le Mans en tres ocasiones (1992, 1994, 1999). Así pues, mientras el Prius llegaba al mercado, Toyota rodaba en Le Mans, pero aún con prototipos puramente de gasolina.
Con la llegada de los híbridos a la máxima categoría del WEC, más cercanos a los vehículos de serie que los Fórmula 1 actuales con tecnología KERS (también híbridos), el fabricante japonés aprovechó para competir de nuevo, gracias a la colaboración entre el Centro Técnico de Toyota, encargado del desarrollo de los sistemas híbridos, y Toyota Motorsport GmbH, a cargo de la competición. En este caso era la ocasión ideal de utilizar la competición como escaparate de las tecnologías que ya se ofrecián en la calle, y no de las que estaban por llegar, como era habitual.
La ambición de Toyota era probar que su tecnología híbrida tenía cabida en la pista y, además,