En los jardines de la Casa de Mónico de Aravaca los dueños de los automóviles ya comenzaban a disputarse un hueco. No cabía ni un alfiler. «Algunos se han quedado fuera. Cada año vienen más y más, y en esta edición hemos tenido que hacer una criba», nos dicen desde la organización. La entrada, regentada espectacularmente por los SWAT y el ejército (no, no eran de verdad) daba paso a una explanada de puro placer visual.
No solo clásicos increíblemente bien conservados, también deportivos y relojes exclusivos que allí competían por un ‘cabezón’ que les otorgara el reconocimiento de joya del automovilismo. Un concurso de elegancia absolutamente elitista donde el cava y los productos de lujo se reservan únicamente a aquellos con invitación. Y aquí traemos la prueba de cómo ha sido Autobello 2017.
Paraíso terrenal
A medida que iban pasando los minutos, la pradera se iba convirtiendo en un lugar repleto de clásicos y deportivos colocados, algunos estratégicamente y otros como podían. «No me aparques ahí, hombre, que me tapas el coche», se escuchaba. Y es que allí se reunieron casi un millar de personas, según la organización, que con rigurosa invitación se codearon con la élite española, portuguesa y de otros lares.
El que es embajador de Japón en España desde julio de 2016, Masashi Mizukami, estaba por allí echando un vistazo, hablando de la devoción que su país profesa al mundo del automovilismo (a veces bastante excéntrica e incomprendida). Un ejército de camareros examinaba las cientos de mesas reservadas a los que después iban a cenar, mientras un viento helado obligaba a las azafatas a sujetar televisiones LCD tan finas que se las llevaba el viento.
Tras anunciar por megafonía que comenzaba el concurso de elegancia, las joyas allí presentes comenzaron a rodar para que el jurado de gurús multidisciplinares les diera