Estamos al borde de dar un paso de gigante en la automoción. Dentro de sólo unos pocos años los vehículos eléctricos tendrán más peso que los de combustión. El futuro es así, guste o no, pero en esta transición iremos perdiendo poco a poco algunos conceptos muy de cuñao, igual que se pierde el refranero popular.
Frases manidas hasta la saciedad, conceptos de mecánica de autoescuela utilizados como mantras o ideas de televenta acabarán por quedarse aparcadas sin mayor importancia que aquellos comentarios que empiezan por «y dices tú de mili…».
El ralentí
La llegada de los coches eléctricos va a suponer un cambio tan grande en el mundo de la automoción que de la noche a la mañana se va a cargar algo tan primigéneo de los motores de combustión como el ralentí. Esa fuerza sobrenatural que mantenía nuestro coche encendido a un régimen constante sin pisar el acelerador y sin engranar ninguna velocidad.
Sencillamente va a desaparecer porque un motor eléctrico no necesita estar arrancado para comenzar a funcionar. O bueno, su ralentí es de 0 revoluciones por minuto.
Cambiar correas de distribución
Cada 100.000 km, cada 120.000 km, cuando «me lo recuerden en el taller», «el mío lleva cadena»… Si hay un factor en el que los eléctricos son unos claros vencedores por KO absoluto en su lucha contra los motores de combustión es sin duda el del mantenimiento. Los propulsores que queman combustible están muy evolucionados, pero aun así tienen una cantidad ingente de piezas móviles susceptibles de ser mantenidas, reparadas y/o sustituidas para evitarnos costosísimas sorpresas.
Un eléctrico en cambio reduce hasta una cantidad absurdamente baja sus mantenimientos y lo mejor de todo es que el desgaste de sus piezas es irrisorio. De unos 450 ó 500 euros de gastos mensuales trabajando con un coche convencional, los taxistas que han confiado