Hay dos formas de mirar o de clasificar a los vehículos. La más fácil siempre será a partir del aspecto físico y/o funcional, que en cierta manera es la forma en la que podemos distinguir los cientos de coches disponibles en el mercado español. Sin embargo, como suele suceder con todo, lo más importante suele ser lo que no se ve: el chasis.
Aunque a nivel comercial no se le dé la importancia que realmente tiene, el chasis es el elemento del coche que realmente aporta al vehículo la rigidez y la personalidad que nos ofrecerá durante la conducción.
Cómo empezó todo
Los primeros vehículos que se fabricaron, hace ya más de cien años, constaban de dos elementos independientes que se acoplaban entre sí. La parte superior era la carrocería, que se acoplaba, normalmente con tornillos, a un chasis independiente sobre bastidores, comúnmente denominado bastidor o chasis por largueros.
Este tipo de chasis recibe el nombre de bastidor porque se trata de una estructura compuesta por largueros o vigas que se colocan de forma longitudinal y transversal formando un entramado rígido sobre el que se instala el resto de elementos mecánicos del vehículo y finalmente la carrocería.
Esta independencia entre las dos partes principales del vehículo permitía una cierta libertad de combinación entre chasis y carrocería. De hecho, a principios del siglo XX lo más habitual era que muchos fabricantes de coches tuvieran acuerdos con varios carroceros independientes para ofrecer a sus clientes distintos estilos de carrocería para montar sobre sus chasis independientes. Sin embargo, esta posibilidad de elegir la carrocería estaba reservaba a las economías más acaudalas.
Aquellas familias de clase media que se podían permitir el lujo de comprar un coche, que hace cien años eran más bien pocas, solían recurrir a modelos más modestos que se vendían con una sóla combinación entre carrocería