Hace cosa de tres meses, General Motors anunció que su flota de prototipos de Chevrolet Bolt EV equipados con tecnología autónoma ya estaba lista para rodar por Estados Unidos (San Francisco, Scottsdale y Detroit). No, no conducirían solos pues precisarían de un conductor sentando tras el volante durante las pruebas. Y menos mal.
El gigante de Detroit ha dejado caer a las autoridades Californianas, donde su flota de vehículos autónomos se ha doblado, que sus coches se vieron envueltos en nada menos que seis accidentes en septiembre, 13 en lo que va de año. Según Reuters, los accidentes (sin gravedad) los provocaron otros conductores; en el caso de San Francisco, un ciclista ebrio se llevó uno de los sensores al golpearse con el Chevy Bolt.
Los límites de la conducción autónoma son humanos
El eterno debate de la conducción autónoma materializa miedos que parecen irracionales, pero que no lo son. Los fabricantes tienen prisa por establecer el año en el que los coches no precisen ni de volante ni de cinturones de seguridad, porque las infraestructuras estarán tan adaptadas a la tecnología autónoma que los accidentes serán cosa del pasado.
El problema está en que la tecnología autónoma aún se enfrenta a una barrera tecnológica y además social, evidenciando que aún no pueden convivir con el resto de vehículos. Lo vimos con Uber y sus aparatosos accidentes en Arizona, sin mencionar la primera víctima mortal a los mandos de un Tesla Model S.
En el caso del accidente de Uber en Arizona con un Volvo CX90, la policía concluyó que la culpa había sido del otro vehículo implicado. En el caso del accidente mortal el pasado mayo de 2016 con un Model S, la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte de los Estados Unidos (NTBS) determinó que el conductor, que llevaba activado el