Tenía opciones que parecían más lógicas, más cómodas para él, sin embargo, Sébastien Ogier decidió dar el gran salto e intentar la que sería considerada como una de las grandes machadas: coronarse Campeón del Mundo con un equipo privado, algo que ya hizo Ari Vatanen en 1981. No sólo eso, sino que además decidió fichar por M-Sport, una de las formaciones que más simpatías despiertan dentro del parque de asistencia, en parte porque es un equipo que lleva compitiendo ininterrumpidamente las últimas dos décadas.
A título personal, Sébastien Ogier y Julien Ingrassia acumulaban su quinto entorchado intercontinental, nadie ha podio batir al piloto francés desde la retirada de su particular Némesis, Sébastien Loeb. Sin embargo, durante este año hemos visto una versión completamente distinta a la que nos tiene acostumbrados el piloto de Gap. Sabedor de que, a pesar de no tener una mala montura, el Ford Fiesta RS WRC no había sido desarrollado a su estilo de pilotaje, sino puesto a punto por un Ott Tänak que llevó gran parte del peso de su preparación.
Es por ello que, el planteamiento de Ogier para este 2017 cambió y mucho respecto a la aproximación de años anteriores. Las victorias seguían siendo muy importantes, sin embargo, lo era más imponer su ya conocida regularidad frente al resto. Andreas Mikkelsen estaba sin equipo, Jari-Matti Latvala debía amoldarse a su nuevo equipo, con la dificultad añadida para él que también para la formación japonesa era todo nuevo, mientras que Kris Meeke y Thierry Neuville debía demostrar que había ganado durante estos años la consistencia para poder luchar por el título.
El título 2017 de Ogier e Ingrassia no será recordado por ser el más victorioso, 2 triunfos y 21 scratchs. Neuville ha logrado más del doble.
La victoria en Monte-Carlo fue una excepción. Ni el propio Ogier