«No es alcohol, no es marihuana ahora. Estás lidiando con metanfetamina, estás lidiando con los opiáceos, estás lidiando con la heroína». Este es el testimonio de un trabajador de General Motors, en Michigan, que recoge la cabecera Automotive News. El sindicato United Automobile Workers ha celebrado ya 23 ediciones del ‘Soberfest’ no por nada.
Aquí se festeja que los trabajadores de las plantas automotrices y sus familias hayan superado el abuso de sustancias, que llama de manera cada vez más incipiente a las puertas de las fábricas estadounidenses; el trabajo en esta industria es altamente repetitivo y muy duro. En 2015, las pérdidas por esta crisis se comieron el 2,8 % del PIB estadounidense: 430.000 millones de euros.
El estigma de buscar ayuda
Los opiáceos son medicamentos que imitan la actividad de las endorfinas, unas sustancias que produce el cuerpo para controlar el dolor. También son analgésicos altamente adictivos, que se ingieren a través de medicamentos recetados o no, y que pueden llevar al consumo descontrolado de drogas duras.
La industria de la automoción vive una revolución en la que las máquinas juegan un papel fundamental, pero que a la vez generan un profundo debate: ¿si sustituyen la mano de obra humana, qué pasará con los trabajadores que no están a tiempo de reinventar su trayectoria laboral? La automatización de tareas repetitivas y duras, como puede ser el ensamblaje y el montaje, podría ser parte de la solución al enorme problema que sufre Estados Unidos con el abuso de las drogas.
En la industria automotriz, este bucle se fundamenta en el miedo a perder el puesto de trabajo: los trabajadores han de repetir los mismos movimientos una y otra vez, acaban con fuertes dolores y la desidia de desempeñar un trabajo repetitivo día tras día. Acuden al médico a por una receta, y al cabo