Por similitud funcional podemos comparar las llantas de nuestros coches con nuestro zapatos en el sentido de que las llantas aportan rigidez a los neumáticos y los zapatos a las suelas. Además, en ambos casos, a la hora de elegir entre los distintos modelos solemos dejamos llevar más por la estética que la función.
En el mercado español se considera casi como imprescindible que un coche lleve llantas de aluminio o de aleación. De hecho gran parte de los vehículos, incluso los más pequeño, cuenten con ellas como equipo de serie u opcional a partir incluso de los equipamientos más básicos. Un ejemplo puede ser el Mitsubishi Space Star, a la venta desde 11.200 euros, que está disponible en dos niveles de equipamiento en los que las llantas de aleación ligera forman parte del equipo de serie en ambos casos.
Todos con llantas de aleación
Fuera de nuestras fronteras es más fácil encontrarse con vehículos con llantas de acero y con tapacubos, pero ya no sólo en los segmentos más pequeños: vehículos como el Mercedes-Benz W213 aún se comercializan sin llantas de aleación en sus acabados más básicos.
Las llantas de aleación aportan al vehículo una mejora en su comportamiento dinámico ya que, según el diseño, permiten una mejor ventilación de los frenos además de reducir los pesos suspendidos del coche hasta en 10 kilos por llanta y en parado. Eso sí, conviene tener claro que el aluminio es un metal bastante más blando que el acero por lo que, dependiendo del diseño, se puede llegar a requerir mayor cantidad de metal para conformar la llanta y darle rigidez, lo que anula en gran medida el ahorro que aporta la ligereza del aluminio.
Otra de las ventajas de las llantas de aleación es que, al igual que sucede con los zapatos, hay una infinidad de