A principios de los años 70, en Porsche creen que la carrera comercial del 911 toca a su fin y ya preparan su sucesor. Será un cupé con un V8 situado en posición central delantera y con la caja de cambios en el eje trasero (tipo transaxle). Hablamos del Porsche 928. Pero un coche así con una transmisión de ese tipo necesita una elaborada suspensión. Y en 1973 los ingenieros de Porsche, para lograr diseñar la suspensión perfecta, usaron un Opel Admiral equipado con las suspensiones del 928 y una dirección a las ruedas traseras accionada por un volante montado en las plazas posteriores.
El Porsche 928 nunca llegaría a ser el sustituto del Porsche 911, pero sin embargo sentaría las bases del diseño de las suspensiones y el punto de partida de todos los Porsche que vendrían después. “Es una revolución en suspensiones que sigue siendo la base de nuestro trabajo hoy en día”, explicaba Manfred Harrer, director de desarrollo de suspensiones en Porsche, a ‘Christophorus’.
En esa época, los avances tecnológicos en los neumáticos que permitían nuevos niveles de adherencia y de paso por curva y motores cada vez más potentes hacían que muchos conductores llegasen a su límite -y en ocasiones lo superasen-. Se empezó a hablar de algunos coches como “para hombres” (eran los 70…) o “”Widowmakers” (hacedor de viudas), es decir, empezaban a ser peligrosos.
El Porsche 928 tenía un comportamiento dinámico desastroso
En Porsche no querían ser asociados a esos conceptos (aunque el 930 de 1975, el primer 911 Turbo, recibiría más adelante el apodo de “Widowmaker”), pero la arquitectura del 928, con su V8 de 4.5 litros delante y la caja de cambios transaxle (en el eje trasero) tiene su peculiaridades. Así, con el 928, los prototipos tenían tendencia a ser muy inestables: la