La historia del Mitsubishi 3000GT es una de esas historias agridulces. Quizá en este caso más agria que dulce. Mitsubishi ya no es la marca que era a principios de los años 90: el Eclipse es un SUV, el Lancer Evolution lleva años sin fabricarse y ahora es propiedad de Renault y Nissan. Pero a finales de los 80 surcaba la cresta de la ola, una ola de optimismo y aparente financiación sin límites, fruto de la burbuja sin precedentes que vivía la economía japonesa. Mitsubishi decidió asombrar al mundo con su buque insignia: el deportivo más tecnológico que jamás se había visto hasta la fecha.
El objetivo de Mitsubishi era poder competir de tú a tú con coches tan importantes como el Honda NSX, el Toyota Supra o el Nissan Skyline GT-R, que ya habían demostrado al mundo de lo que la industria japonesa del automóvil era capaz. Curiosamente el 3000GT iba inicialmente a llamarse Mitsubishi GTO, y de hecho, en Japón se vendió bajo ese nombre. En Europa y Estados Unidos el coche fue llamado Mitsubishi 3000GT: la marca temía que los puristas repudiaran al deportivo, pensando que trataba de capitalizar el tirón comercial de clásicos como los Pontiac GTO o el impresionante Ferrari 250 GTO.
Estéticamente, era como si un Ferrari 348 hubiera sido rediseñado por un dibujante de cómics manga. Años noventa en estado puro.
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No era un coche de dimensiones contenidas. Era un coupé de 2+2 plazas y medía 4,60 metros de longitud. Estaba fabricado en Japón y curiosamente, tuvo una versión estadounidense llamada Dodge Stealth, y vendida en concesionarios de la marca americana. Mitsubishi había iniciado un acuerdo de cooperación con Chrysler y la empresa resultante fue bautizada como Diamond-Star Motors. El Stealth fue uno de sus primeros productos, así