Hace unos días Mazda nos invitó a visitar la pequeña ciudad de Augsburg, cerca de Munich. Una ciudad mediana, sin nada especial… aparentemente. Es la sede del Mazda Classic Museum, el único museo oficial de la marca en territorio europeo. Un museo muy especial, nacido de la iniciativa de la familia Frey, los primeros importadores de Mazda en Alemania. Deleitarnos con los más de 50 clásicos expuestos no era el plato fuerte del día. Probar un Mazda RX-7 de primera generación de su colección privada lo era para mí. Una preciosa unidad en color rojo, con apenas 63.000 km en su odómetro, matriculada en el ya lejano año 1980. Está ante mí, y tengo las llaves en la mano.
Un poco de historia
En el año 1929 el ingeniero alemán Felix Wankel diseña un motor revolucionario. Un motor de combustión que prescinde de los tradicionales pistones, reemplazándolos por rotores. Estos rotores giran de forma excéntrica en una cámara de combustión de aspecto ovalado, compartiendo con cualquier motor de ciclo Otto sus cuatro tiempos. Los primeros motores rotativos sólo tenían un rotor, pero su construcción modular y sus dimensiones compactas permitían sencillos incrementos de potencia y prestaciones. Además, apenas tenían más partes móviles que el rotor, prescindiendo de complejos árboles de levas y su correspondiente distribución.
Los motores rotativos tienen especiales necesidades de lubricación, y el consumo de aceite es inherente a su correcto funcionamiento.
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Esta patente fue adquirida tras la Segunda Guerra Mundial por el fabricante alemán NSU, que en 1957 produce el primer prototipo de motor rotativo. Como todas las nuevas tecnologías, sus comienzos no estuvieron exentos de tropiezos y de incomprensión. Los primeros rotativos no destacaban por su fiabilidad o potencia, pero sí por su consumo de aceite – inherente a su ciclo de funcionamiento –