Nadie duda del futuro auge de la movilidad eléctrica. Actualmente sigue siendo incipiente, pues en 2017 el parque mundial del vehículo eléctrico no era más que dos millones de coches, según un informe del International Energy Agency. Es más bien poco, cuando solo en España se venden cada año casi un millón de coches nuevos. Aún así, no es una excusa para no plantearse qué pasará en un futuro cuando el coche eléctrico se convierta en un realidad mucho más tangible que en la actualidad. Si la tendencia al crecimiento es exponencial, es necesario plantearnos cómo afectaría a nuestros sistemas eléctricos su implantación masiva.
Antes de empezar a ver cómo se gestionará esa mayor demanda en energía por parte de un parque móvil de coche eléctricos, debemos entender la naturaleza de la electricidad, como diría Rubén Lijó. Y recuperando una de sus analogías, la naturaleza de la electricidad se describe como una onda, parecida a la que se forma en la superficie de un lago en el que cae una piedra. Las ondas que se forman en el agua son los picos y valles en la demanda de energía. La rapidez con la que se forman esos picos y valles es la frecuencia.
La frecuencia es el principal parámetro de control de la demanda. Idealmente, la frecuencia determina la velocidad a la que deben girar los generadores para producir la electricidad, así como la cantidad de energía que deben producir las fuentes de energía (central nuclear, térmica, eólica, etc) para poder cubrir la demanda en cada momento.
La frecuencia en Europa es de 50 Hz y en Estados Unidos y su zona de influencia es de 60 Hz, por razones históricas y no técnicas. (Estos valores tienen su origen en las compañías que lideraban la industria a finales del s.