Ya os he hablado de la fascinación por los dragsters que un servidor tiene. Son máquinas creadas con el único propósito de ser los vehículos más rápidos del planeta en línea recta. Aunque pueda parecer una empresa de poco mérito y sea una disciplina deportiva repudiada por muchos puristas, la ingeniería tras estos monstruos Top Fuel es capaz de hacer palidecer al mejor de los mecánicos. Estamos hablando de motores V8 con más de 10 litros de cubicaje, alimentados por nitrometano y sobrealimentados más allá de los 10.000 CV de potencia. Son tan potentes que tienen que ser reconstruidos tras cada carrera.
Este propulsor en cuestión es el alma del dragster Top Fuel del ejército estadounidense – curiosa y efectiva forma la que tienen de promover el alistamiento de los jóvenes. Este motor con un bloque de diseño HEMI – las cámaras de combustión tienen forma hemisférica – y culata de dos válvulas por cilindro está sometido a tal esfuerzo mecánico durante sus lanzadas que no es capaz de soportar más de una carrera de aceleración sin ser reconstruido. En ellas, el coche supera los 500 km/h y cubre el cuarto de milla en poco más de cuatro segundos. Imaginaos la aceleración que sufre su piloto – el mítico Don Schumacher – en sus propias carnes.
El tamaño de su compresor volumétrico o los distribuidores de encendido escapan a la comprensión de cualquier aficionado medio.
El motor es cuidadosamente desmontado y todas sus piezas son analizadas, pesadas y repasadas en caso necesario. Piezas como las bielas o los pistones suelen pasar por el taller de mecanizado para asegurar que pueden volver a ofrecer su máximo rendimiento una vez más. Un proceso completamente manual, llevado a cabo con cariño y una absoluta precisión y excelencia técnica. Un pequeño desequilibrio o una tuerca apretada