A estas alturas el batacazo de los automóviles diésel en el mercado y la demonización de este tipo de combustible por parte de las autoridades es un hecho evidente. Mientras que en los años noventa se nos vendía esta tecnología como la panacea del automóvil, ahora no queremos ni oír hablar del gasóleo, y así lo reflejan sus ventas, en caída libre.
Lo paradójico de todo esto es que, a día de hoy, nada tiene que ver un diésel actual con lo que eran antaño, tanto por nivel de prestaciones y refinamiento como, sobre todo, en cuanto a los niveles de emisiones contaminantes, y no hablamos únicamente de CO₂, obviamente. Aunque cueste creerlo, los diésel modernos son infinitamente más limpios que los de antes.
De hecho, según datos de la propia industria, en los últimos quince años las emisiones contaminantes de los modelos con motor de combustión de gasóleo se han reducido de manera exponencial. Hablamos de un 84% menos en el caso de las emisiones de óxidos de nitrógeno (NOx) y de un 91% en lo que respecta a emisiones de partículas (PM10 y PM2,5).
Además, y debido a que el consumo de los motores diésel es significativamente inferior (un 25% en modelos que se atienen a la normativa Euro 6C) a la de propulsores equivalentes de gasolina, las emisiones de CO₂ también lo son, y más concretamente un 15% menores.
A pesar de todo, la cuota de coches diésel en el mercado español (aunque la tendencia es en toda Europa) ha caído de manera importante en lo que llevamos de año -del 41,8% en enero al 36,7% en septiembre-, y ni hablar ya de aquella época en la que el 70% de los vehículos matriculados