En la llamada guerra del taxi, hay dos bandos claramente identificados y aparentemente excluyentes: parece que uno no puede considerar las peticiones de los taxistas sin escuchar los lamentos de los VTC, ni ver las ventajas de un servicio VTC sin que los taxistas le consideren un enemigo para la causa. En la llamada guerra del taxi, la voz que menos se está escuchando es la voz de la persona que da de comer a los taxistas y a los VTC: la voz del cliente.
Dice el diccionario de la RAE que un taxi es un «automóvil de alquiler con conductor, provisto de taxímetro». Lo que no dice la RAE es que, sin los clientes a los que ni considera en su definición de taxi, el conductor de ese automóvil de alquiler se puede acabar comiendo el taxímetro, si no quiere morir de hambre.
Contaba días atrás Rubén Sánchez, portavoz de la asociación de consumidores FACUA, en declaraciones a Telemadrid, que los usuarios están siendo «extraordinariamente prudentes», porque en principio entienden (entendemos) que los taxistas son trabajadores, y por tanto el primer impulso es solidario. Y a renglón seguido objetó: «Lo que ocurre es que quizá no estamos viendo del sector la misma solidaridad hacia nosotros».
En plena era de la comunicación, la guerra del taxi se está librando a pedradas
Las imágenes de calles cortadas un día y al día siguiente, las imágenes de ataques contra vehículos, aunque fuera el coche de un ciudadano cualquiera que pasaba por ahí, aunque los coches estuvieran llevando clientes, las imágenes… Las imágenes cantan, y la melodía suena tan mal que hasta un taxista lo reconoció anteayer a El Confidencial: «Nos estamos explicando como el culo».
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