Con la moda SUV, prácticamente ningún fabricante de vehículos se atreve a no comercializar un producto de este estilo por el gran volumen de ventas que representa. Mazda no es ajena a ello y su C-SUV -todo camino de tamaño compacto-, el Mazda CX-5, es uno de sus dos pilares fundamentales a nivel global en cuanto a comercializaciones se refiere. El otro es el Mazda CX-3, un crossover más urbano.
En 2017 ya pudimos probar el restyling del CX-5 en su presentación internacional, pero ahora hemos querido probarlo más a fondo para tener unas impresiones más profundas. En esta ocasión nos hemos puesto a los mandos de una variante diésel con 150 CV, cambio manual y tracción delantera; una versión bastante lógica. Bienvenidos a la prueba del Mazda CX-5 2.2 Skyactiv-D 150 con acabado Zentih.
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Un exterior con fluidez, deportividad y elegancia
Ya sabéis que Mazda apuesta por un estilo muy característico en sus diseños; lo que ellos denominan diseño Kodo. El Mazda CX-5 utiliza este estilo y presenta un escultura muy fluida y elegante sin necesidad de recurrir a grandes líneas horizontales para intentar transmitir una impresión de carácter.
El tamaño exterior del Mazda CX-5 es de 4.550 mm de longitud, 1.840 de altura, 2.115 de anchura (incluyendo los espejos) y tiene una batalla de 2.700 mm.
A nivel de gustos, cada uno tiene el suyo; pero todavía no he escuchado a nadie decir sobre alguna de las últimas creaciones de Mazda que su diseño sea soso, poco sofisticado o, directamente, feo. A mí, personalmente, me convence, y además considero que el CX-5 presenta una imagen bastante atractiva y diferenciada de la mayoría de sus rivales sin haber tenido la necesidad de recurrir a una estética muy futurista.
El color rojo Red Soul que veis en las imágenes le sienta bastante bien a nivel estético,