La Fórmula 1 ha sido siempre la punta de lanza del avance automovilístico. A lo largo de sus mil carreras y 69 años la máxima categoría del automovilismo nos ha traído los mayores avances en prestaciones y seguridad de la historia, pero como reverso inevitable también ha dejado algún pufo por el camino, embriones fallidos que no se pudieron abrir paso en la jungla de la Fórmula 1.
Quizá uno de los más recordados es el morro de morsa con el que Williams asombró al mundo entero en 2004. Los de Grove venían de competir hasta el final por los campeonatos del año anterior y quisieron ir un paso más allá, revolucionando la Fórmula 1 con su nuevo FW26. Un morro novedoso y rompedor que tan solo duraría trece carreras y significaría el principio del fin del equipo Williams.
El objetivo, ampliar el efecto suelo
La idea era clara: conseguir la mayor cantidad posible de flujo de aire bajo la parte delante del coche. Así se distribuiría de forma más eficiente por todo el monoplaza y aumentaría la carga aerodinámica. Con esa premisa se puso al trabajo el equipo liderado por la italiana Antonia Terzi, ideóloga del proyecto.
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El resultado fue un morro muy corto con las quillas que soportan el alerón mucho más largas, imitando los dientes de una morsa y dando pie al célebre mote del proyecto. El flujo de aire se direccionaba