1 de mayo de 1994. Es el Día Internacional de los Trabajadores y se disputa el Gran Premio de San Marino en Imola. La Fórmula 1 está de luto por el fallecimiento de Roland Ratzenberger, que había sufrido un terrible accidente en la sesión de clasificación. Muchas voces piden que la carrera no se dispute. El primero, Ayrton Senna, que tiene la pole pero algo le dice que es mejor no correr.
Pero nadie la escucha, la inhumanidad prevalece y los semáforos se apagan. Otro accidente en la salida, sale el Safety Car y Ayrton Senna se mantiene al frente, por delante de Michael Schumacher. El coche de seguridad se retira, y una vuelta después Senna se va recto contra el muro de la célebre y trágica curva de Tamburello. Ahí comienza la segunda etapa de la historia de la Fórmula 1.
Un talento incondicional
Para algunos, la Fórmula 1 terminó el día que Ayrton Senna murió en Imola. Como mínimo, no se puede cuestionar que empezó otra etapa. La competición es la misma, pero diferente. Se apagó el aura, el talento por encima de los resultados, la habilidad innata para llevar un coche de carreras lo más rápido posible.
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Y es que eso era Ayrton Senna, puro talento. Un cuerpo de 1,76 metros tocado por la gracia del dios del pilotaje para mantener siempre el coche dentro del punto límite de adherencia. Ni con todo totalmente