Estos días leíamos acerca de una tecnología que se antojaba prometedora, poco menos que la salvación del diésel. Los problemas más acuciantes del diésel en estos momentos tienen que ver con dos productos de la combustión del gasóleo en los motores que emplean nuestros coches, los NOx y las partículas, así como los procesos y sistemas que pueden ayudar a equilibrar y minimizar estas emisiones. En el largo plazo, tampoco hemos de olvidarnos de las emisiones de CO2. Es más, tanto el diésel, como la gasolina, los motores de combustión interna en toda su extensión, están llamados a desaparecer en el largo plazo – en varias décadas – para cumplir con los objetivos que pretenden reducir virtualmente a cero las emisiones de CO2. Ahora bien, ¿puede una tecnología del siglo XIX ser la salvación del diésel? Mucho nos tememos que no.
Los motores diésel y, en general, de combustión interna, están llamados a desaparecer a largo plazo, pero aún estarán muy presentes en la industria en las próximas décadas
Una tecnología del siglo XIX para salvar al diésel
A mediados del siglo XIX, un químico alemán inventaba un quemador eficiente que se convertiría en uno de los instrumentos más populares de un laboratorio, y acabaría siendo bautizado con su propio apellido, el mechero Bunsen. Sin entrar en profundidad en su funcionamiento, nos quedaremos con que este quemador se basa en un tubo vertical, un regulador del combustible (en este caso gas) y un collarín que abre o cierra unas aperturas laterales para regular el suministro de comburente (gas), gracias al efecto Venturi.
Si nos fijamos en el principio de funcionamiento del mechero Bunsen ya podremos ir imaginando cómo podría aplicarse a un motor diésel. Según regulemos el paso de aire podremos conseguir una llama amarilla y luminosa, más fría, que también genera más residuos,