Ayer se producía la noticia más temida, especialmente para las más de 3.000 familias que en diciembre tendrán que seguir adelante tras el cierre de la fábrica de Nissan Barcelona. Noticia que no por menos esperada resulta menos dramática y que, por si no fuera poco, agita a un sector, el de la industria del automóvil, que afronta la recuperación tras la pandemia del nuevo coronavirus con la mayor de las incertidumbres. En cualquier caso, y si bien es cierto este debe ser un aviso a navegantes, la historia no necesariamente ha de repetirse. Y es que más allá de la situación que estamos viviendo estos días, la suerte de Nissan Barcelona ya estaba echada.
La viabilidad de la fábrica de Nissan Barcelona
Estos días tanto Nissan, como su alianza con Renault y Mitsubishi, anunciaban un plan de reestructuración, reorganización de recursos, y optimización de costes, que necesariamente implicaba replantear la capacidad industrial de sus marcas. En el caso concreto de Nissan, el objetivo propuesto pasaba por reducir la capacidad anual de producción de los 7,2 millones de vehículos actuales, a 5,4 millones.
Una reestructuración así requiere, como mínimo, de importantes reducciones de capacidad, y por ende plantilla en las fábricas, o incluso el cierre de plantas completas. La fábrica de Nissan en Barcelona era uno de los eslabones más débiles de la marca en Europa, a la sombra del gigantesco complejo industrial de Sunderland, en Reino Unido.
Pero los planes para cerrar la planta de Nissan en Barcelona venían de lejos. Su proyecto no era viable y las alternativas consideradas, según Nissan, tampoco lo eran.
Sin un proyecto viable, insistimos, la subsistencia de la fábrica de Nissan difícilmente era posible.
La producción de la fábrica de Nissan Barcelona ya había caído hasta cerca del 20% de su capacidad máxima, que se sitúa