Más de cuatro meses sin actividad. La Fórmula 1 regresa al candelero con una sensación extraña que mezcla la ilusión y la preocupación por lo que pueda venir. El Gran Circo fue uno de los pocos campeonatos que se vio obligado a tomar las maletas y regresar cuando ya estaban a punto de comenzar el fin de semana de competición. Ese miedo invisible que ha azotado a la humanidad durante los últimos meses ya estaba presente y ahora, aunque no ha terminado de marcharse, es el momento de volver a retomar la actividad.
El circuito austriaco es uno de los más cortos del mundial. Con 4.318 metros de longitud, estamos ante una de las pistas con menor tiempo por vuelta y sus 10 curvas presentan retos completamente distintos, comenzando por la fuerte frenada en subida del giro de derechas de final de recta. A partir de ahí, una frenada muy bacheada da lugar a la famosa curva en la que Fernando Alonso y Kimi Räikkönen colisionaron ya en aceleración durante el año de 2015.
A partir de ese punto, una larga curva de derechas en bajada que precede precisamente a la doble curva de izquierdas que en Moto GP nos ha deparado en varias ocasiones el que el piloto de detrás se pueda acercar al de delante. Mucho cuidado para los pilotos a la hora de encarar la penúltima curva de derechas, en la cual es muy sencillo exceder los límites de la pista, mientras que la última, frenando en bajada y tirándose al ángulo es un lugar en el que se puede perder fácilmente la zaga.
Al igual que ya ocurriera en 2019, habrá tres zonas de DRS, una en cada una de las rectas largas, lo que tratará de facilitar los adelantamientos en una pista, que tal y como se demostró