Érik Comas no fue un mal piloto de Fórmula 1. Hijo de su época, aterrizó en la categoría reina ya con 27 años, lejos de los adolescentes que llegan hoy en día, pero siendo una de las grandes promesas del automovilismo. No obstante, era el vigente campeón de la Fórmula 3000, por entonces la antesala de la Fórmula 1, y también había cosechado sus éxitos en Francia.

Sin embargo, el paso de Comas por la Fórmula 1 no es tan recordado por su decente desempeño al volante de coches siempre mediocres como por su historia humana. La que eternamente le unirá a Ayrton Senna, el mayor mito de la Fórmula 1. Una relación más allá de la amistad, que habla del respeto, la lealtad y el compañerismo entre pilotos. De la condición humana, marcada en este caso por dos accidentes.
La rápida intervención de Senna salvó la vida de Comas en Spa

Después de una temporada de debut en la que se tuvo que pelear con el brutal V12 de Lamborghini, en 1992 Érik Comas estaba floreciendo. Seguía en Ligier, pero ahora llevaba un V10 de Renault que era mucho más razonable que el monstruo italiano, y los resultados lo estaban plasmando: Comas ya era un habitual de la zona de puntos e incluso fantaseaba con subirse al podio.

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