Si tienes un mínimo aprecio por el automóvil deportivo japonés, probablemente te habrás preguntado por qué ninguno tenía más de 280 CV durante la década de los 90. Para entender el porqué de este límite de potencia – potencia declarada, ya que habitualmente, los Nissan Skyline GT-R y compañía superaban los 280 CV en banco – es necesario entender el pasado vial de Japón. Todo comenzó con los bosozoku, agresivas bandas motorizadas que aterrorizaban a Japón durante los años 70. Quedaos conmigo, os prometo que todas las piezas del puzzle encajarán.
Los inicios: velocidad limitada a 180 km/h
Los bosozoku estaban en parte asociados al crimen organizado, y fueron un subproducto de la industrialización y riqueza japonesa. Para algunos jóvenes, la vía de escape de una vida en una sociedad que vivía por y para el trabajo era la velocidad. A bordo de motos y coches potentes, ignoraban todas las leyes de tráfico y organizaban carreras ilegales – poniendo en peligro al resto de conductores – entre otras lindezas. Fue entonces cuando la JAMA (Asociación Japonesa de Fabricantes de Automóviles) decidió poner cartas en el asunto.
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Todos los coches vendidos en el mercado japonés tienen una velocidad punta limitada por electrónica a 180 km/h.
Un Honda NSX-R, limitado a solo 180 km/h.
Siempre con el bien de la sociedad en mente – así como el fin de las bandas motorizadas – acordaron instalar en todo coche un limitador de velocidad a 180 km/h. Por electrónica, ningún coche vendido en Japón puede superar los 180 km/h – medida que sigue en vigor hoy en día. Resulta curioso ver los velocímetros de un Nissan Skyline GT-R R32 o todo un Honda NSX tarados hasta sólo los 180 km/h. Actualmente, coches como el Nissan GT-R R35 sólo desactivan el limitador si detectan