Cuando no existen departamentos de márketing, ni presupuestos a los que obedecer, es cuando la pasión toma las riendas. No serán rentables, políticamente correctos ni vendibles, pero son los proyectos más auténticos, divertidos y emocionantes. Es, justamente, lo que un equipo de aprendices de Mercedes llevaron a cabo en el lejano año 2011. Construyeron un Mercedes B 55 AMG. ¿Por qué? Porque podían. Esta la historia de cómo un sencillo Mercedes B 200 CDI de 136 CV acabó convertido en un monstruo de propulsión trasera, con 388 CV a disposición del conductor.
Bendita chaladura, como suele decirse. La historia comenzó con Peter Wasp, el director de la planta de fabricación de Mercedes en Rastatt. Encargó a su grupo de aprendices de técnicos, un grupo apasionado y con inquietudes, de construir «algo especial» usando como base un sencillo y sensato Mercedes Clase B. Andreas Würz, uno de los profesores de los aprendices, cinta métrica en mano, dijo «aquí podría entrar un motor V8» – para algarabía de los aprendices y el jefe de la fábrica. Dicho y hecho, se pusieron manos a la obra para crear ese «algo especial».
Se abandonó el esquema habitual del Mercedes Clase B en favor de un esquema de propulsión trasera.
Desde el principio tenían claro que el coche sería un one-off. Aunque ha habido monovolúmenes deportivos – sin ir más lejos, hubo versiones OPC de los Opel Zafira y Opel Meriva, e incluso un Mercedes R 63 AMG – era incluso entonces un nicho de mercado realmente reducido. La viabilidad comercial del proyecto era nula, pero el potencial de aprendizaje y realización para los aprendices técnicos era todo lo contrario. La primera tarea fue conseguir ese motor V8. Concretamente un 5.5 V8 de 388 CV, procedente de un regio Mercedes Clase S.
Ese motor estaba asociado,