Los delitos ambientales, como el tráfico de animales y los vertidos ilegales, son la tercera actividad delictiva más lucrativa del mundo, generando pérdidas de hasta 218.000 millones de dólares anuales.

Los delitos medioambientales, aquellos que dañan la naturaleza y limitan el acceso a recursos naturales, se han convertido en la tercera actividad delictiva más rentable a nivel global. Este tipo de crímenes generan pérdidas de hasta 218.000 millones de dólares anuales y resultan difíciles de castigar. Desde el tráfico ilegal de angulas europeas hasta los vertidos de petróleo, estos delitos representan un reto significativo para las autoridades internacionales.

Crímenes contra la naturaleza

Los delitos contra el medioambiente abarcan una amplia gama de actividades ilegales que dañan la naturaleza, impiden disfrutar del entorno y limitan el acceso a recursos naturales. Aunque no existe una definición universal, estos delitos incluyen acciones como el tráfico ilegal de vida silvestre, vertidos tóxicos, destrucción de especies protegidas, delitos urbanísticos y la sobreexplotación de recursos naturales.

Un ejemplo alarmante es el tráfico de angulas europeas, cuyo comercio ilegal genera alrededor de 350 millones de euros anuales, principalmente destinado al mercado asiático. Estas pequeñas anguilas son transportadas en maletines y camufladas en camiones y barcos para evadir controles aeroportuarios, similar a cómo se trafica con drogas.

Grandes catástrofes medioambientales también forman parte de esta lista, como el derrame de petróleo del Exxon Valdez en Alaska en 1989 y el colapso de la plataforma de BP en el Golfo de México en 2010, que resultó en la muerte de 13 personas y una catástrofe ambiental. Otros casos incluyen el escándalo de Volkswagen, donde la empresa manipuló software para falsificar resultados de emisiones de gases en sus vehículos.

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Desafíos y consecuencias

La delincuencia medioambiental es difícil de detectar, enjuiciar y sancionar, lo que la hace atractiva para grupos de delincuencia organizada. Las consecuencias son devastadoras: aumento de la contaminación, reducción de la biodiversidad y mayores riesgos para la salud humana. Además, estos crímenes generan pérdidas económicas significativas, estimadas entre 110.000 y 218.000 millones de dólares anuales.

Las implicaciones legales de los crímenes medioambientales varían según la legislación de cada país. En España, por ejemplo, las sanciones pueden incluir multas, prisión o inhabilitación especial. A nivel europeo, la nueva Directiva de protección del medioambiente de 2024 amplía la lista de delitos y establece normas mínimas para toda la UE. Esta normativa busca abordar crímenes como el tráfico de madera y el reciclado ilegal de componentes contaminantes de buques.

En regiones como África, Asia y América Latina, los delitos contra la vida silvestre son más frecuentes debido a la rica biodiversidad y la abundancia de recursos minerales, pero también por problemas de corrupción que impiden la aplicación efectiva de las leyes. Chile, por ejemplo, ha introducido recientemente diez nuevos delitos ambientales en su legislación, destacándose como uno de los países con una regulación más avanzada en este sentido.

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Cooperación internacional y el ecocidio

Uno de los mayores desafíos para combatir el crimen medioambiental es su naturaleza transfronteriza. La cooperación internacional es esencial para abordar este problema, como lo demuestra la incautación de productos de marfil en la Unión Europea provenientes de África. Iniciativas como Nature Crime Alliance buscan fomentar la colaboración entre gobiernos, organizaciones de la sociedad civil, empresas e instituciones para luchar contra estos delitos.

Un avance significativo en la lucha contra el crimen medioambiental es la propuesta de definir el «ecocidio» como un crimen internacional, equiparándolo a crímenes de guerra y genocidio. Esta iniciativa, liderada por expertos legales como Philippe Sands QC y Dior Fall Sow, busca incluir el ecocidio en la lista de delitos perseguidos por la Corte Penal Internacional (CPI). Países como Ecuador, Chile y la Unión Europea ya han considerado esta definición en sus jurisdicciones nacionales.

En conclusión, los delitos contra el medioambiente representan una grave amenaza para la naturaleza y la humanidad, con implicaciones económicas, sociales y de salud pública. Combatir estos crímenes requiere una acción coordinada a nivel global, así como el fortalecimiento de las legislaciones nacionales y la cooperación internacional. La definición y persecución del ecocidio como crimen internacional sería un paso crucial hacia la protección efectiva del medioambiente.

La economía del crimen medioambiental

El crimen medioambiental es una industria multimillonaria que abarca una amplia gama de actividades ilícitas, desde el tráfico de vida silvestre hasta la pesca ilegal y la tala no autorizada de bosques. Estas actividades no solo devastan ecosistemas y ponen en peligro especies en extinción, sino que también representan una enorme fuente de ingresos para redes criminales organizadas. Se estima que el tráfico de vida silvestre solo genera entre 7.000 y 23.000 millones de dólares al año, mientras que la tala ilegal podría alcanzar hasta 152.000 millones de dólares anuales. La lucratividad de estos crímenes y la baja tasa de detección y sanción los convierten en una atractiva opción para los delincuentes, que a menudo operan con impunidad debido a la falta de recursos y coordinación entre las autoridades internacionales.

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