Oymyakon, un pequeño pueblo en la república rusa de Sakha, es el lugar habitado más frío del mundo, donde las temperaturas en invierno caen hasta -60°C. La fotoperiodista Natalya Saprunova documenta la vida en esta remota comunidad, donde la crianza de renos, la calefacción con leña y los baños al aire libre son parte del día a día. Con 2,000 habitantes en pleno “Polo del Frío,” Oymyakon muestra cómo el ingenio y la tradición permiten sobrevivir en condiciones extremas, adaptándose a un clima de congelación continua.
Adaptarse a la vida bajo cero: la cotidianidad en Oymyakon
Vivir en Oymyakon, el lugar habitado más frío de la Tierra, implica un constante desafío frente a temperaturas que descienden a -60 °C en invierno y pocas veces superan los -30 °C durante los meses más templados. Ubicado en una depresión de Siberia oriental, conocida como la “depresión de Oymyakon”, el pueblo se encuentra junto al río Indigirka y alberga a unos 2,000 habitantes que han aprendido a adaptarse a un entorno extremadamente hostil. Las viviendas son simples y rústicas, muchas sin instalaciones sanitarias en su interior, lo que obliga a los residentes a utilizar letrinas externas, un reto considerable cuando el frío es tan intenso que el agua se congela rápidamente.
La economía de Oymyakon se basa principalmente en la cría de renos, caballos y vacas Yakut, una especie adaptada al frío. Sin embargo, los inviernos son tan severos que incluso estos animales, que pueden soportar bajas temperaturas, deben resguardarse en establos aislados cuando los termómetros bajan de -30 °C. Evdakia, una granjera de 63 años, se encarga de alimentar a sus 47 vacas dentro de un granero donde la temperatura varía entre -10 °C y -15 °C. La comunidad espera que el gobierno de Sakha les otorgue un estatus geoclimático especial para recibir ayuda financiera y mejorar la infraestructura, que hace décadas se mantiene básica.
La resistencia de una comunidad aislada
En Oymyakon, la calefacción a base de leña es la principal fuente de calor, ya que las conexiones a redes de calefacción central son escasas y poco fiables. Galia, una residente de 75 años, calienta su casa con madera de alerce, usando botas hechas de la piel de reno para protegerse del frío que se cuela por el suelo. Las reservas de leña son fundamentales para sobrevivir en este lugar donde los inviernos parecen eternos, y muchos de los 305 hogares de la región queman más de 100 metros cúbicos de madera por año para mantener una temperatura mínimamente soportable.
Los habitantes de Oymyakon también enfrentan una geografía que los mantiene aislados del resto del mundo. La carretera de Kolyma, conocida como la “carretera de los huesos” por la trágica historia de los prisioneros que la construyeron durante la era soviética, es una de las pocas vías de acceso a la región. Sin embargo, durante el invierno, el frío extremo convierte esta ruta en un desafío para los vehículos, que deben permanecer encendidos para evitar que se congelen sus motores. Los aviones no pueden aterrizar durante varios meses debido a las condiciones climáticas, lo que acentúa la sensación de aislamiento. A pesar de las adversidades, los habitantes de Oymyakon conservan su sentido de comunidad y continúan adaptándose a su entorno, perpetuando una forma de vida que depende de la resiliencia frente a uno de los climas más extremos del planeta.
Tradiciones y cultura en el extremo frío
La cultura de Oymyakon es una mezcla de tradiciones siberianas y adaptaciones prácticas para sobrevivir en el “Polo del Frío”. La figura mítica de Chyskhaan, el “Señor del Frío” en el folclore Yakut, es reverenciada como guardián de estas tierras congeladas. La cueva de Chyskhaan, convertida en museo, exhibe esculturas de hielo que celebran el ingenio artístico y la resistencia de los habitantes. Durante el otoño, la comunidad se prepara para el invierno que trae consigo la noche polar y temperaturas que pueden descender hasta -50 °C, manteniendo a los residentes en una rutina de actividades centradas en la autosuficiencia: crianza de animales, caza, pesca y recolección de madera.
A pesar de la dureza de su entorno, los residentes de Oymyakon han conservado muchas de sus tradiciones. El Museo de Literatura y Estudios Locales, por ejemplo, mantiene viva la memoria de los escritores y artistas exiliados a esta región durante el régimen estalinista, donde la construcción de koljoses y gulags alteró la vida de los pueblos indígenas y trajo una historia de sufrimiento y resistencia. El sistema soviético forzó a los Evens, antiguos pastores nómadas de renos, a asentarse y formar comunidades permanentes. Hoy, esas historias se entrelazan con las vidas de los actuales habitantes, quienes encuentran orgullo y pertenencia en este lugar extremo.
La vida en comunidad y educación en Oymyakon
En Oymyakon, la escuela local, que cuenta con solo 107 estudiantes, es un centro de actividad y aprendizaje para los jóvenes de la región. Las aulas son pequeñas y los estudiantes, como en otros aspectos de la vida, deben adaptarse a las condiciones frías del ambiente. Muchos llegan abrigados con gruesos abrigos y botas de kamous, una tradición Yakut que utiliza la piel de las patas de los renos. La escuela lleva el nombre de Nikolay Krivoshapkin, un comerciante local que ayudó a los exploradores y habitantes de Yakutia. En las lecciones, se imparten no solo materias convencionales, sino también aspectos de la historia y cultura local, recordando los tiempos en los que los exploradores y científicos debían superar las inclemencias para llegar a la región.
La educación y la transmisión de tradiciones son esenciales para mantener la identidad cultural de Oymyakon. Las generaciones más jóvenes aprenden sobre el entorno, la flora y fauna de la tundra, y las habilidades de supervivencia que sus padres y abuelos han desarrollado. En este lugar donde la tecnología moderna y las comodidades son limitadas, la vida en comunidad y el conocimiento tradicional son vitales. Para los habitantes de Oymyakon, el frío extremo no es solo una condición climática, sino un elemento que define su identidad, su fortaleza y su sentido de pertenencia a una tierra única en el mundo.
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